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miércoles, 5 de octubre de 2016

Detrás de la Historia. Recordatorio del Camino de Santiago



La indumentaria y equipaje del peregrino

Al principio, la indumentaria iba en concordancia con la riqueza y la condición social del peregrino y en el siglo XI solía llevarse un vestuario cómodo que permitiera el desplazamiento lo más fácil posible. No obstante, al pasar por algunos pueblos o lugares el peregrino cambiaba a un traje de acuerdo a su categoría social. La indumentaria fue acomodándose a las circunstancias y el caminante comenzó a portar un sombrero de fieltro, generalmente redondo y de ala ancha, el cual le protegería del sol y de la lluvia. También portaba un amplio tobardo o capa, generalmente de color marrón, con esclavina y reforzada de cuero, aumentando la protección contra el frio y agua. Además podía utilizarse como manta por las noches. Era costumbre llevar un par de zapatos, casi siempre ligeros, pero eran poco adecuados para los charcos y el frio, así como se desgastaban fácilmente con el caminar. Llevaba un pequeño zurrón colgado al hombro y una bolsa al cinto, la cual quedaba adornada con la concha o venera. Estos objetos servían para llevar ropa o algún documento en el primero, y dinero en el último. Otras veces, la bolsa de viaje era de cuero y se colgaba en bandolera. Le acompañaba el bordón o bastón del caminante, más alto que el, y además de ayudarle a caminar le podía servir para defenderse de asaltantes o de animales salvajes. Se unía la calabaza con agua para impedir beber de arroyos y ríos contaminados. Y podía llevar una bota de vino con el fin de huir del monopolio de las tabernas. Algunos llevaban varias conchas de vieira, cocidas al manto, sombrero o como hemos visto, a la bolsa.
Los jinetes llevaban el sombrero más amplio y la capa más ancha porque con ella se abrigaba también el caballo. Desde el siglo XII comenzó a llevarse un capote de tela impermeable y encerada. Guantes con manopla para que las manos no se helaran al manejar las riendas. Las huesas eran fundas de piel flexible para proteger las piernas de las salpicaduras de barro y del roce con zarzas y matorrales. La silla de montar solía ser ancha pero poco anatómica y con bordes altos con el fin de sostener al jinete en las pendientes pronunciadas.
El peregrino llevaría un equipamiento complementario, como dinero, algunos documentos, y si era posible una lista con las etapas de la ruta. El dinero serviría para pagar el alojamiento y la comida, así como tratar de obtener servicios más rápidos y mejores. En el caso de los jinetes, dar comida a los caballos y reparar herraduras. También era necesario abonar peajes y portazgos de señores y ciudades, muchos de ellos con un precio abusivo. A veces, se pagaba a los encargados, en plan de soborno. La documentación sería muy importante pues en la Edad Media había variedad de regímenes fiscales, así como alianzas políticas muy diversas y continuamente cambiando. De este modo, para pasar por los reinos de Aragón, Navarra, Castilla, y León; nos encontramos que cada uno tenía su moneda y su legislación. Además, había que añadir un número de quince villas con ordenanzas y estatutos particulares. La documentación servía para identificar al peregrino como miembro de una comunidad, el cual mediante una carta de vecindad acreditaba su lugar de residencia y su posición social. Era recomendable el conocer la geografía de las tierras del recorrido, los valores del cambio de monedas, y si era posible los idiomas. Algunos llevaban un pequeño glosario de palabras con la traducción correspondiente.
Los peregrinos que emprendían el camino a pie podrían andar unos 5 km por hora y hacer de unos 25 a 30 km diarios. Para las cabalgaduras se empleaban caballos, asnos y mulas. El borrico resultaba más duro que el caballo y también servía de transporte de mercancías. Algunos nobles recurrían a los caballos de lujo, árabes o españoles, para entrar en las ciudades. El inconveniente era encontrar cabalgadura de refresco y obtener un forraje adecuado. En el norte de Europa se llevaba cargas de avena mientras que en el área mediterránea se transportaba la cebada. Había que llevar odres para el agua con el objeto de impedir el consumo de las aguas contaminadas. En el caso de heridas o traspié del caballo era necesario encontrar a alguien con conocimientos de veterinaria. Se llevaba un botiquín en el que abundaba el vinagre y la sal. Para engrasar los cascos se llevaba sebo. Como una herradura de hierro dulce duraba una semana, a veces se necesitaba más de una docena de herraduras. Los carros eran poco empleados por la gran variedad existente en la infraestructura, así como el estado del firme y el trazado de curvas y esquinas.

                                   Vista de la Catedral de Santiago de Compostela



Puerta Santa o del Perdón, situada en la parte trasera de la Catedral


Continúa 





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